Si hay una demanda persistente y desmesurada, consciente o inconsciente, en la clínica, si hay una demanda frenética en su irreductible ceguera, ésa es justamente la de “ser de Verdad”; una mujer o un hombre. O de que le sea donado algún objeto empírico, el cual le restituiría un “ser” verdadero que le es hurtado o negado.
Tomemos un ejemplo de la mitología evocado por Freud: el mito de Aristófanes, el de los seres dobles, condenados por los dioses a buscar su mitad perdida, su media naranja. ¿Qué es lo que contiene de erróneo, en el sentido de neurotizante, de enfermante, el mito de Aristófanes? Que los seres se pasan la vida pretendiendo una restitución narcisista, esto es, empírica, a fin de resolver una pérdida que no es real, en el sentido de algo que podría restituirse, sino que es “fundamental”, en el sentido de que esa pérdida está en la constitución misma de lo subjetivo.
Freud aborda las cosas por el lado del narcisismo, punto de vista correcto si es que uno advierte que el narcisismo, la imagen completa, vela el objeto del fantasma.
La fórmula lacaniana del fantasma puede leerse:
$ ◊ a
“Sujeto deseo de a”, y evoca la división del sujeto por un objeto que le es profundamente íntimo y extraño a la vez. Para concebir una relación así, de exterioridad interior, Lacan acuñó el vocablo extimidad.
¿Cómo se forma una pareja? Una pareja se forma por engarce fantasmático. Esto es una zona donde la secuencia fantasmática inconsciente de uno de los partenaires “cabalga” sobre la secuencia fantasmática del otro. Este encaje incluye quejas y lamentos concientes. Freud evoca el mito de Aristófanes de los seres dobles, condenados por los dioses a buscar su mitad perdida, su media naranja.
Existen varias maneras simples de advertir en la vida diaria el engarce fantasmático. Una de ella es cuando dos personas se conocen y se enamoran súbitamente. Suelen exclamar, aun cuando se hayan visto sólo una o dos veces: “Es como si la (lo) conociera desde siempre.” Y no les falta razón, porque lo que conocen desde siempre aunque bajo la forma del desconocimiento, es el modo en que su fantasma organiza cada una de sus realidades. Este desconocimiento ocurre bajo presión de un enérgico: “¡No quiero saberlo!”. Se conoce algo de eso en la repetición.
Tres años después de la interrupción de su análisis, un joven decide retomarlo. El motivo inicial de consulta había sido un proceso de separación: oscilaba entre dos mujeres. Finalmente se decide por una de ellas e interrumpe.
Cuando regresa se halla muy angustiado. Según él relata su situación vital, ha comenzado a percatarse de que, una vez que parece estabilizar “su pareja”, “algo” lo impulsa a socavar la relación. Pronto encuentra otra, se va con la nueva y comienza otra vez el ciclo. Pero lo que lo tiene azorado es que los plazos se van acortando.
La primera vez el tour le llevó cinco años, en ocasión de su primera consulta, la segunda empleó dos años, la tercera seis meses y ésta, que era la cuarta… sólo quince días.
A través de esta aceleración él estaba evacuando todos los detalles accesorios y poniendo en acto lo más nuclear de su posición fantasmática respecto de las damas.
Parecía una de esas obras teatrales donde los actores poco importan: es suficiente con que la obra se ponga en escena cada vez más reducida.
El texto de Shakespeare nos brinda la imagen de una Desdémona irreprochable, hasta exagerada en su pureza. Pero esta exageración nos permite preguntar a nuestra vez… ¿qué cosa torna verosímil para Otelo esa absurda red de intriga que Yago vierte en su oreja?: El goce. Otelo goza creyendo que ella se comporta como “una vulgar prostituta”. Goza de su propio veneno. He aquí un buen ejemplo de encastre fantasmático. Porque Desdémona preferiría la muerte en lugar de despertar de su sueño fantasmático.
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