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sábado, agosto 28, 2010

Gerard Turnley










Gerard Turnley - Weleda [advertising photography]


Advertising Agency TBWA\Hunt\Lascaris
Agency Location: Johannesburg
Client: Weleda Bettaway
Art Director: Brent Singer
Copywriter: Festus Masekwameng
Creative Director: Lapeace Kakaza
Illustrator/Retoucher: Rob Frew
Photographer: Gerard Turnley
Executive Creative Director: Damon Stapleton


domingo, febrero 03, 2008

Siglo XX



Hay una historia del siglo XX que resulta apasionante y no está escrita. Está fotografiada. Por grandes como Capa, Cartier-Bresson y Avedon. Con ellos podemos recorrer, más allá de los grandes hechos, los gestos y estados de ánimo de una sociedad en constante cambio.

Alfred Hitchcock vestido de esmoquin retorciendo el cuello de un pollo; la belleza de unos increíbles ojos verdes de una niña afgana; las calles de Nueva York; Einstein sacando la lengua; Marilyn Monroe con las faldas levantadas por el viento, o el rostro mil veces reproducido del Che Guevara? ¿Alguien se imagina una crónica de nuestro tiempo sin esas imágenes en la retina?

El siglo XIX inventó la fotografía; el XX la consagró, y un alemán, Oskar Barnack, puso, en 1914, en las manos de quienes deseaban aprender a mirar por un objetivo la primera cámara de pequeño formato, la mítica Leica , la herramienta perfecta para captar la vida, el Rolls-Royce al que se subieron los grandes, como Cartier-Bresson, Capa, Rodchenko, que plasmaron con ella sus célebres reportajes. Hoy, la fotografía ya es digital, el turismo de masas ha popularizado la visión del mundo a través de un objetivo y los museos han abierto las puertas a un arte que ha conquistado un lugar de absoluto reconocimiento.

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Hans-Michael Koetzle (Ulm, Alemania, 1953), escritor, crítico y redactor jefe de la revista Leica World, recopiló hace cinco años los nombres de algunos de los mejores fotógrafos del siglo, de Berenice Abbott a Tom Woot, en un diccionario de la fotografía, Das Lexicon der Fotografen, que ahora se publica en español. Más de cuatrocientas entradas en una obra que enmarca la historia de la fotografía desde 1900 hasta hoy.

Juan Barja (A Coruña, 1954), poeta, ensayista, editor y actual director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, supo del proyecto de Koetzle hace tiempo y se quedó atrapado por él: "He sido editor durante veintitrés años de mi vida, y lo primero que se me ocurrió fue aplicar las técnicas que ya conocía al llegar al Círculo. Estoy obsesionado con que los temas permanezcan y no se queden reducidos sólo a una exposición". Y del dicho al hecho. Cuando piensa en una exposición le surge inmediatamente la necesidad de imprimirla en un libro. La editorial CBA (Círculo de Bellas Artes) ha publicado ediciones muy cuidadas de autores como Le Corbusier, Pasolini, Henri Michaux y el último: La fotografía en el siglo XX, la obra de Koetzle de la que Barja se deshace en elogios.

Los artistas de la cámara, los fotógrafos, "descubrieron el alcance de un relámpago virgen y delicado" y lograron obras maestras a partir de la observación directa de la realidad o, de forma mucho más conceptual, modificándola. "No el que ignore la escritura, sino el que ignore la fotografía, será el analfabeto del futuro", afirmó en 1931 Walter Benjamin, el filósofo alemán que se suicidó en Portbou (Girona) huyendo de la persecución de la Gestapo. Benjamin tuvo una visión profética al vislumbrar el papel revolucionario de las imágenes: "En el preciso instante en que Daguerre [el inventor de los daguerrotipos] logró fijar las imágenes de la cámara oscura, el técnico despidió en ese punto a los pintores", escribió.

¿Pero es arte la fotografía, puede tener cabida en los museos? Los fotógrafos de los primeros años del siglo no dudaron y reivindicaron el hecho de crear en vez de con pinceles con una máquina. Entendieron la fotografía como un medio de expresión muy personal. Compañeros de viaje de los impresionistas fue en el estudio parisiense del fotógrafo Nadar donde se presentó la primera muestra de Cézanne y Monet su grito de guerra era el "arte por el arte", aunque el golpe de gracia a este pictorialismo se lo asestó el estadounidense Alfred Stieglitz, uno de los padres de la fotografía moderna y el gran retratista de Nueva York. En sus tomas del Flat Iron, el rascacielos esquinado, o de la Quinta Avenida con nieve y carruajes atascados se libera del mimetismo pictórico y se siente a gusto con las posibilidades que le proporciona su cámara para captar la realidad. Había nacido la Straight photography (fotografía pura) que Stieglitz impulsó junto con Paul Strand. En 1932, Ansel Adams, Edward Weston e Imogen Cunningham se añaden al movimiento bajo el nombre F/64, que hace referencia a la utilización de un diafragma cerrado al máximo para lograr una imagen nítida con profundidad de campo.

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Cansados de la fotografía aséptica, Walker Evans y Dorothea Lange intentan reflejar los cambios en una América empobrecida por la Gran Depresión de 1929. Walker Evans convivió durante seis semanas con una familia de aparceros de una granja de Alabama. Sus retratos, de una gran dignidad, se publicaron en el libro Encontremos ahora hombres famosos en 1941. El rostro hundido y la mirada perdida de la Madre emigrante, que captó Dorothea Lange en 1936, se convirtió en el icono de una generación.

En idéntica línea de realismo social, William Eugene Smith publicó en la revista Life en los años cincuenta su serie de Un pueblo español. Deleitosa, en Extremadura, y los primeros planos de tres guardias civiles con sus tricornios dieron la vuelta al mundo. "Trato primero de entender yo mismo la fotografía, después miro con pasión lo que quiero fotografiar". El periodismo humanista y de sentimientos de Smith dio paso a la escuela de Concerned Photography, formada por una serie de artistas comprometidos, tocados por la emoción y las ganas de comunicarla.



Una delgada línea separa a estos fotógrafos de otra generación que adoptó como protagonista de sus obras a la gente corriente. Los franceses Robert Doisneau o Henri Cartier-Bresson hicieron del acto de fotografiar el instante decisivo: "Captar el momento antes de que pase, el gesto fugaz, la sonrisa que se desvanece", decía Cartier-Bresson. Y así, Kertész retrató el submundo de los bares del París nocturno; Gisèle Freund, los rostros de las escritoras Colette y Virginia Wolf, pero fue Robert Doisneau quien legó las mejores imágenes del París de la posguerra e hizo de El beso un canto a la humanidad. En paralelo, al otro lado del mundo, Robert Frank, William Klein o Dianne Airbus tomaron la calle y lograron una radiografía descarnada de la sociedad estadounidense.

La guerra civil española y la muerte de un miliciano captada por Robert Capa fueron la apoteosis del fotógrafo en primera línea. Algunos perdieron la vida (como Capa) para captar las imágenes más impactantes; otros las difundieron. "¡Dios mío, no quiero que muera!", imploraba Huynh Cong mientras disparaba su cámara hacia Kim Phuc, la niña vietnamita con el cuerpo hecho jirones por el napalm en 1973.


Via: El pais.com/El mundo.es

sábado, febrero 02, 2008

Cristina García Rodero - Rituales en Haití



Contemplar las fotografías de esta exploradora de almas se convierte en algo casi místico. Veinticinco de ellas, de un total de sesenta que forman la colección completa de The Black Rock City, cuelgan estos días de las paredes de la Galería Juana de Aizpuru. Todas en gran formato, todas en riguroso blanco y negro: amo el color y lo trabajo, ¡soy pintora!, afirma entusiasta, pero el blanco y negro me da más libertad técnica, y lo prefiero porque se aleja de la realidad. Es más misterioso y poético.



Las imágenes fueron tomadas en el desierto de Nevada entre 1999 y 2003 durante la celebración del Festival Burning Man” al que algunos llaman el Woodstock del siglo XXI. Una gran carpa sirve de punto de encuentro, la gente llega de todas partes en sus coches y caravanas. Cada uno parece desempeñar un papel en una gran representación. El viento y el polvo del desierto parecen transformarlos en espíritus danzantes. Disfraces de fantasía, cuerpos semidesnudos en bicicleta, armatostes móviles... Da la impresión de que puedes encontrarte allí cualquier cosa, además de muchas incomodidades que a nadie parecen importar: sólo se vende té, café, hielo y limonada, y no hay ni una ducha, sólo inodoros portátiles. El resto se lo lleva cada uno como puede. Toda esa mezcla de arte, calor, sudor y barro, al atravesar el objetivo de García Rodero, se convierte en misterio y poesía.


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Una amiga que residió en San Francisco le había hablado de aquel lugar, al que llegó por primera vez en un coche alquilado desde Reno, casi de milagro, sin saber inglés, con los datos que publicó equivocados una revista francesa. Era el día en que terminaba la semana que duraba el festival. “Desde entonces vuelvo siempre que puedo”, comenta, suelo volver a los lugares que considero que tienen interés, y si el tema que trato lo requiere. A lo mejor viajo para hacer unas pocas fotos y me quedo para hacer un libro.


Su vida es un viaje constante. Siempre trabajando. El día anterior a esta entrevista regresaba de Marrakech, a donde marchó nada más terminar de montar la exposición. Es de entender que cuando no trabaja no desee llevar ninguna cámara encima, que no le guste el autorretrato “me tengo muy vista”-, o que no suela prodigarse con fotos personales, porque alguien que vive de hacer fotos, ¿toma fotos en sus vacaciones con su familia? Tengo pocas vacaciones, y a la familia le hago fotos por algo especial, por tener un recuerdo de un lugar, o de ese paso por una determinada edad... Las hago como regalo.

Muchos lugares la han marcado, el último, Haití, por la situación tan horrible y grave del país. Las imágenes que tomó poseen una fuerza sobrenatural. Allí trabajó entre 1997 y 2003, año en que tuvo que dejarlo por una dolencia en sus ojos, su brújula para trabajar, que si bien no le ha impedido seguir fotografiando, sí le ha frenado en algunos proyectos. Afortunadamente para ella y para nosotros está mucho mejor.

Pero en realidad no son los lugares lo que la atraen: me interesan las personas, comenta. Hay lugares geográficamente especiales, pero me interesan si la gente que vive allí los transforma, como la Ciudad de Lalibela, en Etiopía. Según la leyenda a comienzos del siglo XIII el rey Lalibela, envenenado por su hermano y en su inconsciencia al borde de la muerte soñó que Dios le ordenaba construir iglesias hechas de una sola piedra. El sueño que al recuperarse hizo realidad era construir una nueva Jerusalén, conquistada por los musulmanes. Hoy en día siguen allí las once iglesias enteramente excavadas en la roca, a orillas de un rebautizado río Jordán, y son visitadas cada año por entre 20.000 y 50.000 peregrinos. En realidad todo lo que tenga que ver con lo espiritual le interesa. También otro lugar de peregrinación como es Kumba Mela, en India, la impresionó de forma especial.





Por Javier Agustí
Fotos: Cristina García Rodero