En la actualidad, la práctica psicoanálitica se enfrenta con numerosos interrogantes ligados a la profunda y creciente transformación de nuestro mundo.
Es cierto que nuestra clínica, en tanto reconoce la vasta enseñanza que Freud y Lacan nos han legado, no pierde su brújula, que es el sujeto en su singularidad. Aún así, no es menos cierto que el afincamiento de goce en los sujetos no es ajeno a las circunstancias culturales de su época.
En los párrafos que siguen intentaré examinar algunas consecuencias que esta particular coyuntura histórica –llámese capitalismo tardío o globalización- ejercen sobre la subjetividad, y delinear cuáles son los obstáculos sobre los que debe operar el analista en la clínica de nuestros días y con qué herramientas cuenta para transformarlos en oportunidades dentro de la dirección de la cura.
Sabemos que el nódulo del sufrimiento se vincula con las vicisitudes en el tránsito por la maquinaria edípica que ha de transformar al infans en sujeto de la cultura, siendo el modo en que cada sujeto se posicione frente a la castración lo que decantará en alguna de las estructuras clínicas fundadas por Freud y ordenadas por Lacan: neurosis, psicosis o perversión, con tres mecanismos o modos de defenderse que le son peculiares: represión, forclusión o renegación, respectivamente.
Tales estructuras son ahistóricas, la subjetividad de la época afecta a la escena cultural y se ve reflejada en nuevos modos de presentación del padecimiento subjetivo; en otras palabras, lo que no permanece ajeno a la permeabilidad del discurso social es el síntoma. Un ejemplo elocuente lo podemos encontrar en las distintas connotaciones que ha tenido el rechazo al alimento en las mujeres con sintomatología anoréxica y los diversos comportamientos que ha despertado a lo largo de la historia. En la Edad Media, el ayuno tenía por objeto mantener la pureza del espíritu a través de un cuerpo asexuado, sin formas; de allí que lejos de ser condenadas a la hoguera se las santificó bajo el beneplácito de la época. La anorexia per seno constituye una estructura clínica, ni es un trastorno exclusivo de la mujer. El rechazo al alimento puede incluirse dentro de cualquier estructura clínica, sea como negativa a comer –en la melancolía-, como temor a ser envenenada –en la paranoia– o como derrumbe subjetivo anticipando la muerte subjetiva– en estados catatónicos-.
En la actualidad, podríamos pensar con toda legitimidad que configura una respuesta sintomática al empuje de una sociedad de consumo asentada sobre la premisa: “no se prive, no deje para mañana, la plenitud es posible”. Se trata de un Otro que frente a la demanda, que abre a lo que no puede darse, ni saciarse, ni colmarse, respondería con un objeto-gadget, con algo que tiene para dar, esto es algo que el sujeto anoréxico no admite. De allí que en su rechazo quiera nada para preservar su deseo, llama al deseo del Otro ofertándole a su mirada su cadaverización. No es que no coma, “come nada”, como dice Lacan, en tanto la nada es el objeto que interpone frente a la demanda del Otro. Es su modo de responder frente a un discurso que no es el del amo tradicional que reprime la castración sino aquel que Lacan llama discurso capitalista, profundamente renegatorio y como tal cínico, por supuesto que profusamente distinto al cinismo de Antístenes o Diógenes quienes en una actitud subversiva ante un Amo intentaban conmover los valores de la época. Como bien señala Zizek:
“(...) el modo de funcionamiento dominante de la ideología es cínico... El sujeto cínico está al tanto de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social, pero pese a ello insiste en la máscara. La fórmula sería entonces: ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así, lo hacen”. “La razón cínica ya no es ingenua, sino que es una paradoja de una falsa conciencia ilustrada: uno sabe de sobra la falsedad, está muy al tanto de que hay un interés particular oculto tras una universalidad ideológica, pero aún así, no renuncia a ella”.
Se trata de una política del “todo vale”, una incitación al "goce Uno-Todo es posible" que provoca un debilitamiento del universo simbólico y de los ideales sobre los cuales constituir síntomas; consecuencia de ello es la cantidad de conductas del orden de la impulsividad de distintos tipos y gradientes que van desde la manera de conducir, que lleva a la muerte, a la forma de ingerir alimentos, bebidas, tóxicos.
La exigencia de prontitud y eficacia en la remisión sintomática impuesta por el sistema constituye otro de los factores con consecuencias nefastas. Asentada en una política de goce estratégicamente calculada y apoyada desde los massmedia, que incitan a un inescrupuloso consumo de fármacos, suturan toda posibilidad de apertura a la reflexión y a los interrogantes que un sujeto pueda formularse acerca de su padecer. La contracara de estas grandes voces superyoicas que instigan al goce supone un precio muy alto a pagar: la insatisfacción generalizada y las conductas suicidógenas. Violencia, desocupación. Un mundo mediático que entroniza la hegemonía de imágenes evanescentes, fugaces, y carente de reflexiones consistentes sobre la existencia da cuenta de la desvalorización de la palabra. Se liquidó la brecha necesaria entre el mundo de la intimidad y el mundo del público, y la vida privada se exhibe descarnadamente sin un mínimo velo que pueda otorgarle un despliegue amoroso, erótico o sexual.
Otros significantes que insisten: “nuevas patologías”, “clínica de los bordes” o “clínica de lo real” logran fomentar una práctica basada en especializaciones donde empresas de medicina pre-paga, obras sociales, y otras instituciones, consiguen acallar la angustia, alimentar el síntoma y engordar el fantasma del sujeto que consulta. Al ofertarse a la demanda del imaginario social, algunos profesionales hipotecan sus principios y convicciones a favor de dar respuestas funcionales a dicha demanda, obedeciendo tal vez a una modalidad de relación con un mercado que les exige determinadas funciones al servicio de la patología y no en oposición a ella.
Además, ¿cómo sostener una práctica cuando la demanda está dirigida a un servicio y la transferencia queda del lado del derivador? Con honorarios prefijados por un pacto extrínseco al análisis mismo ¿qué valor puede conferirle a su práctica un analista cuando el pago oscila entre la gratuidad y el abuso?
Por otra parte, la aceptación de tales denominaciones en el acervo discursivo psicoanalítico ¿no implica el riesgo de devenir tributarios de ideales sanitaristas y de normalidad como lo plantean los parámetros de la OMS? Dado que el síntoma pasaría a constituirse entonces en un disorder necesario de erradicar en el menor tiempo posible debido a su carácter iatrogénico. Recordemos las reflexiones freudianas que apuntan contra el furor curandis. En Los caminos de la terapia analítica, Freud dice:
“Los síntomas prestan el servicio de satisfacciones sustitutivas. En el curso del análisis se puede observar que toda mejoría del padecer aminora el tiempo del restablecimiento y reduce la fuerza pulsional que empuja hacia la curación. Ahora bien, no podemos renunciar a esta fuerza pulsional que se expresa en los síntomas; su reducción sería peligrosa para nuestro propósito terapéutico. Por cruel que suene debemos cuidar que el padecer del enfermo no termine prematuramente, de lo contrario corremos el riesgo de no conseguir nunca otra cosa que una mejoría modesta y no duradera.”
La época victoriana
En RSI Lacan dice que sin la Reina Victoria el psicoanálisis no hubiera existido, ella fue la causa del deseo de Freud. Puede que se trate de una broma, pero no sin cierto trasfondo de verdad. El nacimiento del psicoanálisis estaba estrechamente ligado a una sociedad exacerbadamente moralista y disciplinaria, con rígidos prejuicios y severas interdicciones. Incluso algunos conceptos que Freud acuña - represión y función de la censura –entre otros, conllevan las marcas de aquella época. Los varones eran los ordenadores y dominadores del espacio público; las mujeres estaban destinadas al espacio privado, al cuidado del hogar y bajo un status de sometimiento. Ana Karenina, escrita por Tolstoi en 1867, constituye un buen referente de aquel entonces. Después de gozar de un amor prohibido, Karenina termina arrojándose a los rieles del ferrocarril; aquella sociedad no iba a permitir un resquebrajamiento del orden de esa magnitud. La persecución y condena a dos años de prisión que soportó Oscar Wilde por cometer “sodomía” con lord Alfred Douglas, también ilustra tal acartonamiento interdictor y ultraprejuicioso. En este estado de cosas, la histeria denuncia una realidad cultural signada por la represión y la tradición positivista, revelando la carencia de los recursos en juego hasta el momento. Con su cuerpo desarreglado por lalengua, la histeria golpeó la puerta de una neurología en ciernes subvirtiendo el saber establecido.
¿En la antesala del Apocalipsis?
Una nostálgica sombra parece haber caído sobre quienes actualmente reivindican la época victoriana como un dechado de virtud y de altos ideales universales. Sé que no se trata de anatematizar ni de ser conciliadores; no es un tema menor, y nos interpela y nos convoca a repensar cuestiones clásicas y a formular nuevas preguntas e intentos de respuesta en tiempos donde la dimisión estructural de la figura del Padre ha generado un colapso de ideales simbólicos. Aún así considero que no estamos ante la antesala del Apocalipsis. Freud atravesó por duros episodios: antisemitismo, operaciones, pérdida de familiares, quema de libros, carencias económicas, exilio... y en ese horizonte aciago nació y prosperó el psicoanálisis. Vale aquí recordar aquella “función” que Lacan define en Seminario 11 como "deseo del analista" como el de obtener la máxima diferencia entre el ideal y el objeto, hasta la ubicación del "analista como synthõme ".
Me interesa además citar una respuesta que Colette Soler da en relación a los tiempos actuales: “Hay demandas formuladas en otros términos y es tarea de cada psicoanalista, ante una demanda, cualquiera sea su formulación, convertirla en una demanda analítica. En el tiempo de Freud no había ninguna demanda de análisis, ninguna, y él fue quien generó la demanda. No hay que olvidar que la demanda del paciente que viene nunca es una demanda de psicoanálisis; nunca, incluso cuando dice: «Quiero hacer un psicoanálisis», porque no sabe lo que es el psicoanálisis, tiene sus ideas o su idealización, pero nunca es una demanda de análisis. Necesariamente debemos producir una conversión. Lacan llama rectificación subjetiva a esa entrada. Incluso me parece que la obra de Lacan, más que la de Freud, es realmente adecuada a la demanda del siglo actual.” Y agrega: “Lacan introdujo algo que, sin estar ausente en Freud, no había sido el centro de su formulación: la consideración del lazo del sujeto con sus arreglos de goce. Y esto es afín con el discurso moderno.”
Las categorías freudianas y la clínica de nuestros días
El sueño, tal como nos lo enseñara Freud, es la vía regia de acceso al inconsciente, o en términos de Lacan la vía regia para hacer frente a lo real. No obstante, si algo marca una crucial distinción entre el análisis de los inicios y el actual es que el analista no sólo toma en cuenta lo que el inconsciente dice a través de sus formaciones (actos fallidos, sueños, equívocos), sino que es una práctica del acto que enlaza Real, Imaginario y Simbólico, y un cuarto nudo como condición necesaria para pasar del síntoma al synthõme, en una práctica que va más allá de mejorías modestas y no duraderas.