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La psicoterapia y el psicoanálisis son prácticas a menudo complementarias. La primera es una escucha que alivia al paciente y reduce transitoriamente sus síntomas. La segunda puede no sólo hacer desaparecer los síntomas, sino también modificar la personalidad del analizante. Ambos tipos de terapias – psicoanálisis y psicoterapia - se complementan, en tanto en el progreso de una cura psicoanalítica, el psicoanalista suele aplicar la primera antes de introducir la segunda.
Existen tres niveles principales en los que descansan estas diferencias, básicamente son tres aspectos que tienen que ver principalmente con el terapeuta o analista, el paciente y la estructura clínica.
Con respecto al práctica del profesional uno de los parámetros relevantes a tener en cuenta para su diferenciación es la escucha. La escucha del terapeuta es una escucha de acontecimientos, mientras que la del analista es una escucha de conflictos inconscientes subyacentes a los acontecimientos. La primera consiste en dar sentido a los hechos relevantes y reiterativos de la vida del paciente. La segunda va más allá, dado que se intenta descubrir los fantasmas a través de los cuales el paciente reinterpreta su historia y modela su realidad presente. La mayoría de las veces, esos fantasmas se traducen en escenas imaginarias que se trata de revelar al paciente. Esto cobra una particular relevancia si se considera que – y por muy paradójico que parezca - no es la realidad lo que causa el sufrimiento, sino la interpretación que el sujeto hace de ella, la idea, el fantasma que se forja a partir de conflictos crónicos que actúan en él sin que lo sepa.
En lo que respecta al paciente, hay personas que no desean participar en un tratamiento de larga duración, debido a que su principal preocupación consiste en buscar ayuda externa para superar un período difícil de su vida, esto es lo que se suele llamarse “manejo de crisis vitales”. Se entiende por crisis vitales a los eventos que transcurren de forma más o menos normales en el desarrollo de todo ser humano, por ejemplo el casamiento, la adquisición de nuevas responsabilidades, la muerte de un ser querido, etcétera. Son momentos en los que las creencias de todo sujeto están puestas a revisión y es posible que los recursos con que cuenta para afrontar dichas crisis le resulten insuficientes, al punto que genere una situación de cierto riesgo psíquico, en otras palabras, que incremente su vulnerabilidad. Desde un marco psicoterapéutico, el manejo de crisis vitales supone tratamientos muy breves, debido en gran parte, a la naturaleza misma de las crisis, que son períodos cortos y de cambios profundos. Por supuesto, que en caso de emprender una psicoterapia con un analista, algunos de estos pacientes, a lo largo de estas sesiones, deciden seguir un psicoanálisis, y de esta manera tratar no sólo los problemas vinculados con ese período espinoso de su vida, sino también trabajar sobre aquellos aspectos que han determinado su dolor, malestar o sufrimiento, y lograr mejorías duraderas que impliquen verdaderos reposicionamientos subjetivos.
Aún así, el tan frecuente reproche que le se suele formular al psicoanálisis - “Es un tratamiento largo”-, es algo que podría relativizarse si se considera una de sus pilares o condiciones intrínsecas, la que se refiere a la necesidad de no descuidar el caso por caso; cuestión que constituye para un psicoanalista su verdadera brújula: atender a cada sujeto en su singularidad. En mi caso particular, he conducido algunos tratamientos de adultos relativamente cortos, como asimismo tratamientos de niños en los que solía reducir al máximo la cantidad de sesiones y evitar así que el pequeño paciente se instale en una dependencia psicoanalítica que vendría a sustituir la dependencia familiar.
En cuanto al tercer factor: el tipo de estructura o patología, es cierto que en determinados tipos de enfermedades, es más adecuado proponer, al menos inicialmente, una psicoterapia. Indiscutiblemente, el psicoanálisis es un medio formidable de apaciguar el sufrimiento, pero como toda terapéutica tiene sus límites que son inherentes a sus modos de acción. Coincido con Nasio cuando al referirse a dos de las grandes estructuras clínicas, alude a los que sufren porque un mecanismo interno se rompió – como en el caso de los psicóticos-; (con Lacan esa ruptura recibe el nombre de forclusión); y aquellos que sufren, si bien nada esencial fue alterado – como es el caso de los neuróticos-, el mecanismo interno aquí es la represión.
El psicoanálisis es sin duda el tratamiento más eficaz cuando el funcionamiento psíquico quedó intacto, pero cuando el alma ha sido quebrada, la cura analítica suele revelarse insuficiente, de modo que muchas veces se hace necesario complementarla con un tratamiento de medicamentos. Es así como la acción combinada del psicoanálisis y de la medicación se impone como la mejor estrategia terapéutica para estos pacientes.
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