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lunes, junio 01, 2009

Psikeba Psicoanálisis y Estudios Culturales Nº9

psicoanalisis, arte, posmodernidad

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domingo, mayo 31, 2009

El Goce. Contextos y paradojas - Roland Chemama

artista, arte contemporaneo, expo
Tras los pasos de Lacan. Desde hace algunos decenios los psicoanalistas han utilizado copiosamente el término goce. Sin embargo, este término no carece de paradojas. En efecto, ¿no designa el goce tanto la búsqueda desenfrenada del objeto faltante como la extraña satisfacción que encuentra el sujeto en un repliegue depresivo? El autor interroga aquí el dominio del goce: la autoridad que tiene sobre el sujeto humano, pero también el inmenso ámbito que rige. En efecto, el goce infiltra toda la existencia, tomando sus consignas del discurso, y prolongando sus efectos hasta lo más íntimo del cuerpo. Concierne también lo social, en el sentido en que lo que se vende y lo que se compra es cada vez más goce, algo que vuelve a disparar la excitación y, como una droga, lleva al sujeto a renovar su consumo. El goce, en sí mismo, implica contradicciones fundamentales, cuyos efectos se hacen sentir en el conjunto de la clínica.





sábado, mayo 30, 2009

Psicoanálisis <> Psicoterapias. Alcances, eficacia y limitaciones

artista, arte contemporaneo, expo
1.
La psicoterapia y el psicoanálisis son prácticas a menudo complementarias. La primera es una escucha que alivia al paciente y reduce transitoriamente sus síntomas. La segunda puede no sólo hacer desaparecer los síntomas, sino también modificar la personalidad del analizante. Ambos tipos de terapias – psicoanálisis y psicoterapia - se complementan, en tanto en el progreso de una cura psicoanalítica, el psicoanalista suele aplicar la primera antes de introducir la segunda.

Existen tres niveles principales en los que descansan estas diferencias, básicamente son tres aspectos que tienen que ver principalmente con el terapeuta o analista, el paciente y la estructura clínica.

Con respecto al práctica del profesional uno de los parámetros relevantes a tener en cuenta para su diferenciación es la escucha. La escucha del terapeuta es una escucha de acontecimientos, mientras que la del analista es una escucha de conflictos inconscientes subyacentes a los acontecimientos. La primera consiste en dar sentido a los hechos relevantes y reiterativos de la vida del paciente. La segunda va más allá, dado que se intenta descubrir los fantasmas a través de los cuales el paciente reinterpreta su historia y modela su realidad presente. La mayoría de las veces, esos fantasmas se traducen en escenas imaginarias que se trata de revelar al paciente. Esto cobra una particular relevancia si se considera que – y por muy paradójico que parezca - no es la realidad lo que causa el sufrimiento, sino la interpretación que el sujeto hace de ella, la idea, el fantasma que se forja a partir de conflictos crónicos que actúan en él sin que lo sepa.

En lo que respecta al paciente, hay personas que no desean participar en un tratamiento de larga duración, debido a que su principal preocupación consiste en buscar ayuda externa para superar un período difícil de su vida, esto es lo que se suele llamarse “manejo de crisis vitales”. Se entiende por crisis vitales a los eventos que transcurren de forma más o menos normales en el desarrollo de todo ser humano, por ejemplo el casamiento, la adquisición de nuevas responsabilidades, la muerte de un ser querido, etcétera. Son momentos en los que las creencias de todo sujeto están puestas a revisión y es posible que los recursos con que cuenta para afrontar dichas crisis le resulten insuficientes, al punto que genere una situación de cierto riesgo psíquico, en otras palabras, que incremente su vulnerabilidad. Desde un marco psicoterapéutico, el manejo de crisis vitales supone tratamientos muy breves, debido en gran parte, a la naturaleza misma de las crisis, que son períodos cortos y de cambios profundos. Por supuesto, que en caso de emprender una psicoterapia con un analista, algunos de estos pacientes, a lo largo de estas sesiones, deciden seguir un psicoanálisis, y de esta manera tratar no sólo los problemas vinculados con ese período espinoso de su vida, sino también trabajar sobre aquellos aspectos que han determinado su dolor, malestar o sufrimiento, y lograr mejorías duraderas que impliquen verdaderos reposicionamientos subjetivos.

Aún así, el tan frecuente reproche que le se suele formular al psicoanálisis - “Es un tratamiento largo”-, es algo que podría relativizarse si se considera una de sus pilares o condiciones intrínsecas, la que se refiere a la necesidad de no descuidar el caso por caso; cuestión que constituye para un psicoanalista su verdadera brújula: atender a cada sujeto en su singularidad. En mi caso particular, he conducido algunos tratamientos de adultos relativamente cortos, como asimismo tratamientos de niños en los que solía reducir al máximo la cantidad de sesiones y evitar así que el pequeño paciente se instale en una dependencia psicoanalítica que vendría a sustituir la dependencia familiar.

En cuanto al tercer factor: el tipo de estructura o patología, es cierto que en determinados tipos de enfermedades, es más adecuado proponer, al menos inicialmente, una psicoterapia. Indiscutiblemente, el psicoanálisis es un medio formidable de apaciguar el sufrimiento, pero como toda terapéutica tiene sus límites que son inherentes a sus modos de acción. Coincido con Nasio cuando al referirse a dos de las grandes estructuras clínicas, alude a los que sufren porque un mecanismo interno se rompió – como en el caso de los psicóticos-; (con Lacan esa ruptura recibe el nombre de forclusión); y aquellos que sufren, si bien nada esencial fue alterado – como es el caso de los neuróticos-, el mecanismo interno aquí es la represión.

El psicoanálisis es sin duda el tratamiento más eficaz cuando el funcionamiento psíquico quedó intacto, pero cuando el alma ha sido quebrada, la cura analítica suele revelarse insuficiente, de modo que muchas veces se hace necesario complementarla con un tratamiento de medicamentos. Es así como la acción combinada del psicoanálisis y de la medicación se impone como la mejor estrategia terapéutica para estos pacientes.



viernes, mayo 22, 2009

El abate de Choisy

artista, arte contemporaneo, expo
François Timoléon de Choisy - sacerdote y abate durante el reinado de Luis XIV - nace en el castillo de Luxemburgo, un 16 de agosto de 1644. Hijo de un consejero de Estado, intendente del Languedoc y canciller de Gaston de Orleans; y de un íntima amiga de Anna de Austria, quien lo viste hasta su adolescencia con ropa femenina para satisfacer los caprichos del hermano del Rey.
A los dieciocho años, apenas tonsurado, Timoleón consiguió la Abadía de Saint-Seine. Dos años después se fugó, y vestido como mujer, acompañó durante seis meses a un grupo de comediantes.

Casi dos siglos antes que Freud publicara sus Tres Ensayos sobre una teoría sexual, François Timoléon manifestaba en sus memorias : “Es tan extraño que de una práctica de la infancia, sea imposible deshacerse. Mi madre casi al nacer me acostumbró a las confecciones de las mujeres; seguí sirviéndome de ellas en mi juventud... “
El autor de una Interpretación de los Salmos con la vida de David, de una Vida de Salomón, del Diario de viaje de Siam, recibido en la Academia Francesa en 1686 por, como destaca su elogio, “haber mamado la elocuencia con la leche”, criado por su madre como una señorita, no fue por ello menos un gran hombre.

Historiador de las vidas de San Luis, Carlos V, Carlos VI; François Timoléon habría compuesto entre los sesenta y los ochenta, los once volúmenes de la Historia de la Iglesia en ropas más elegantes que las de un abate.

Jean le Rond d'Alembert, uno de los máximos exponentes del movimiento ilustrado, pudo notar mordaz: “Quizas bastaría para apreciar el valor de sus anales eclesiásticos representarnos por un momento a este cura septuagenario bajo un vestido tan poco hecho para su edad y su estado, trabajando en la historia de los mártires y los anacoretas y poniéndose adornos con la misma mano con qu escribía las decisiones de los concilios.”

Con la aprobación y el estímulo de su obispo, y tras un corto período de vestir como varón, Choisy reaparece en una residencia del barrio Saint-Médard, bajo el nombre de Madame de Sancy, y luego en la provincia en Bourges donde se hace pasar para una rica viuda bajo el nombre de "condesa de les Barres", seduciendo bajo este traje a muchachas de familias acomodadas y a comediantes - incluidas las actrices Montfleury y Mondory.

Otros personajes de la Francia absolutista de esos tiempos como fue el caso de Mme. Maupin, celebre cantante de la Ópera de París, o la marquesa de Morny ya rechazaron el conformismo de su clase y tenían por práctica vestirse con los trajes del otro sexo; sin embargo, sólo Choisy se atrevió a rasgar el velo secreto y escribir sobre sus asombrosas transformaciones.
Es en esta época, además, cuando Havelock Ellis inspirándose en las historias del Chevalier d’Eon de Beaumont, un conocido travesti en la corte de de Louis XV, propone el término “eonismo”, entendiendo por tal a un síndrome psicopatológico consistente en un travestismo acompañado de insuficiencia sexual. (V. Havelock Ellis (s.d.) Eonism and Other Sexual Studies, Vol. II de Studies in the Psychology of Sex, Collectors Publications, Covina, Ca).

Hasta los cuarentena años, la vida del Abate osciló entre sus espinosas aventuras en los suburbios de Saint-Marceau; sus viajes a Italia, besando los pies del papa Inocente XI, y los círculos de juego en Venecia donde siguió obsesionándose por el lansquenet y el basset. El juego, que siempre lo ha perseguido, logró curarlo de estas bagatelas durante algunos años, sin embargo, declara en sus Memorias: “siempre que me arruiné y que quise dejar el juego, volví a caer en mis antiguas debilidades y volví a ser mujer.”


artista, arte contemporaneo, expo
“La historia de la condesa des Barres”, “La historia de Madame de Sancy”, reunidas bajo el título de Memorias del abate de Choisy vestido de mujer, La historia de la Marquesa-Marqués de Banneville publicadas en 1695 en forma anónima y en colaboración con Charles Perrault , tienen el encanto de los cuentos donde el placer puede ser compartido sin tonalidad contraria, en el júbilo de un acorde musical posible entre los partenaires, dobles que gozan juntos de un órgano curiosamente ausente. Amalgama de géneros y de roles que nos remite a la fragilidad de nuestras identificaciones como a nuestra propensión a querer resuelta la contradicción de los sexos, nuestro placer de ver escenificada su confusión en el juego de un estilo.

Su escritura tiene la elegancia de los terciopelos con los que el autor supo adornarse. Su universo erótico es el de un cuento, donde la inversión de sexos se haría en una total libertad. Cuento en que se mezclan los juegos de lujo y las mascaradas en un arrebato de cintas, lunares, de “vestidos despojados”, de telas de oro y brocato, de superposiciones de faldas y sedas. Decididamente el transexualismo del Gran Siglo podía sostenerse en una moda más compleja que la nuestra, podía multiplicar a gusto los oropeles que pueden hacer del cuerpo un todo impuesto por su brillo.

François Timoléon no hace sino anunciar un siglo que hará el liberalismo una práctica y una filosofía. El Abate, consagrado por la Academia Francesa, roza sin embargo lo suficiente las costumbres de su tiempo como para dar qué leer, con la más impúdica de las ligerezas, la escritura pone en escena las ambigüedades del sexo, traviste como juegos de estilo las transgresiones en las que se sostienen. Pero el Abate de Choisy no es el marqués de Sade. Él, que pudo vanagloriarse de haber tenido “tres o cuatro vías” , sólo se complace en relatar la cuarta, la que fue gozosa.

La pornografía de Sade es más subversiva en lo que explora los posibles de la perversión pero también las consecuencias del discurso del derecho al goce en lo que supone de libertad al otro. Dirá Sade : “Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme cualquiera, y este derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar”.

El deseo transexual de la belleza va mejor, parece, con el poder. Sus juegos de máscaras y sus licencias no se basan en ninguna aproximación a la infamia y omiten referir la belleza al horror que sostiene el abordaje de su absoluto.

Es pues al final de su vida que el Abate escribe sus Memorias. Vuelve allí con la misma ligereza de pluma que pone en las Memorias para servir a Luis XIV, ese encanto que la posteridad le reconoce para la “pequeña historia”, el arte del retrato. Aparecidas en forma anónima, no dejaron de ser reconocida como las confidencias de François Timoléon, su preocupación por adornarse de pedrerías, aros, cruces de diamante, por “dársela de bella” y continuar – avanzada su edad - con su gusto de la infancia de vestirse como niño. Pues, en efecto, se dice que no abandonó sus viejas prácticas totalmente, y que, con el cabello blanqueando, en el secreto de su despacho, se disfrazaba a veces aún de mujer para redactar algunas páginas.

Tal fue el Abate de Choisy, “a quien habían puesto en la infancia corsets que apretaban extremadamente y hacían elevar la carne gruesa y plena”; y quien más tarde fuera académico, misionero, historiador de vidas edificantes, autor de los once tomos de una Historia de la Iglesia, jugador. Mujer bajo la mirada de Dios y del mundo, habiendo dado razón a su sinrazón mediante la escritura.





jueves, mayo 21, 2009

Clinica y lógica de la autorreferencia. Cantor, Gödel, Turing - Gabriel Lombardi

artista, arte contemporaneo, expo
En sus Memorias el paranoico Schreber afirma: “Todo lo que sucede está referido a mí”. Pero no soy yo quien refiere todo a mí mismo, es Dios, dice Schreber – un Dios que no cesa de hablar del sujeto -. También Freud, tratando de explicar sus frecuentes olvidos de los nombres propios de aquellos a quienes borra de sus pensamientos conscientes, escribe: “una continua corriente de autorreferencia recorre mi pensar”. El método psicoanalítico exige pasar por esa experiencia de autorreferencia, dando carta de ciudadanía a todo un vasto conjunto de fenómenos en los cuales el lenguaje habla del sujeto, incluso cuando éste no lo advierte. La transferencia, añade Lacan, quiere decir que el significante representa al sujeto, monótonamente, para otro significante — y no para otro sujeto -. Estos hechos, usualmente confundidos con el narcisismo, se inscriben en una clínica de la autorreferencia en sentido impropio, ya que no es estrictamente que el sujeto hable de sí, sino que el lenguaje habla de él. Clínica precaria, aun si permite ubicar algunas coordenadas en las que se basa la certeza subjetiva. Este libro propone un cambio de perspectiva: considerar la fecundidad lógica y clínica de la detección de diferentes formas de la autorreferencia en sentido propio, cuando el signo se refiere a sí mismo. En lógica: fue por estudiar rigurosamente las autoaplicaciones paradójicas del lenguaje matemático (los números también saben decir “yo miento”), que Cantor, Gödel y Turing, con altísimo costo subjetivo, produjeron una nueva ciencia, la que introduce los lenguajes de programación que evitan autorreferencias equívocas. En clínica: Lacan entra en este campo generalizando la autorreferencia como característica del síntoma en las psicosis, y se apoya luego en los resultados de la lógica para transformar los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Gabriel Lombardi.