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viernes, julio 03, 2009

El diván

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Respecto a la técnica (encuadre, diván, etc.) estos no son las términos más relevantes. El uso del diván, por ejemplo, no es condición sine qua non para que un análisis funcione. Sin embargo hay razones por las que un analista decide -en algún momento determinado- el pasaje del paciente al diván. Las mismas pueden deberse a diversas cuestiones, entre estas: I) Cuando el analizante introduce en sus dichos alguna cuestión de orden intimista que venía excluyendo. Por ejemplo tópicos ligados a su sexualidad, con lo cual el diván puede resultar un buen artificio para que pueda explayarse conforme a la propuesta de la asociación libre. II) Cuando el analista puede aislar el significante de la transferencia. Algo legible bajo la forma de su inclusión en un sueño del analizante, o bien, de una palabra suya gatillando una secuencia de recuerdos encubridores u otras formaciones del inconsciente.III) Cuando el analista observa que el analizante ya no se siente confortado en el sostén imagénico del cara a cara. Es decir, cuando se detecta que el analizante esquiva la mirada.

En cuanto a la técnica, entonces, cada analista se autoriza de sí mismo, no debe pedirle consentimiento a ningún supervisor. El hábito no hace al analista, podría afirmarse. Es más importante que en las primeras entrevistas el analista deje de lado las cuestiones técnicas y simplemente se entregue a la escucha, porque será de esta manerá como podrá advertir ciertos significantes que muestran cierta prevalencia o condición de imperativo. Estos significantes -denominados por Lacan como significantes amo- se repiten de modo avasallante, el sujeto no puede dejar de emitirlos porque precisamente son los que comandan su padecimiento.




Alianzas posmodernas: 1) El goce culto y la doxa

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Un discurso es en cierto modo
una máquina de producción de una especie
de convivencialidad entre los goces
de los distintos individuos.
El efecto de un discurso consiste siempre
en producir homogeneización.
Colette Soler


Desde siempre se han producido sistemas filosóficos que han considerado la tarea de organizar la manera en que cada uno debería acoplarse al goce de todos, tomando como base en algunas ocasiones, presuntas leyes naturales, otras veces las leyes de Dios. Pero hoy en día, la ciencia toma el relevo de esta noble misión. Se advierte una proliferación desenfrenada de instrumentos de control, rastreo de datos y acumulación de informes, de técnicas muy sofisticadas de registro y aparatos de observación y verificación sobre cuestiones, por ejemplo, como la “intensidad del orgasmo”. Para todo aquel sujeto que tenga dudas la ciencia le podría contestar si goza lo suficiente, o no. También puede decirle todo acerca de sus gustos, su vocación, el partenaire sexual que le conviene. El horizonte teórico de las llamadas “ciencias del hombre” se extiende hasta producir un cuerpo de saber cuyo tamaño descomunal sólo es comparable a su puerilidad. No obstante, engendra mucho poder.

La principal función que cumplen estos corpus teóricos es, sin duda, reforzar el esquema de sujeciones y controles de toda especie, de modo que pronto no existiría nadie que no haga nada sin preguntarle antes a un “especialista”.

A este nivel, las cosas no son simples de desanudar, porque hay goce en ser vigilado, controlado, manipulado, lo cual se engarza fantasmáticamente con las formas activas de vigilar, controlar y manipular. La manera más simple de manipular es el “buen consejo”. Estamos en una cultura sumamente aconsejante, donde cada uno se pasa la vida diciéndole al otro lo que tiene que hacer. El saber dirigido al sujeto en posición de objeto de goce de ese mismo saber sólo puede producir más síntomas, lo que a su vez incrementan la orden: ¡Hay que saber más! Podemos representárnoslo como un discurso universitario que gira en redondo, produciendo cada vez más saberes vanos y más síntomas. Al emerger más síntomas, aumenta la demanda de manipulación.

Hay toda una clase de facultativos, a quienes circunspectos locutores piden consejos en nombre de un público ávido de recetas. Esas recetas de expertos suelen cabalgar sobre el prestigio que secularmente han adquirido determinados vocablos, como ser “tradición”, “familia”, “ciencia”, “ley”, “bien”, etc. Si alguien enuncia una frase en nombre de la ley, por ejemplo, o de la protección de la familia, queda investido por un tiempo de la misma autoridad que la palabra posee. Son algo así como vocablos sagrados, nombres de Dios, que existen en el lenguaje común. Esto ayuda a aquel que se presenta con cualquier saber que opere en nombre de esos vocablos, a enunciar lo que convendría a cada uno y a todos; a instrumentar a quienes están en transferencia con él. No creo que haya que concebir este tipo de maniobras, simplemente según el modelo donde los de arriba gozan a los de abajo, sino además como un reticulado donde por numerosas vías de comunicación, cada uno es gozado por todos y el sujeto “jurídico” es nada más que la vestidura consciente de esta explotación.

El goce comunitario no tiene solamente una función de exclusión, de destino hacia aquel que no se avenga a las formas asumidas, a los argumentos dentro de los cuales debe insertar su propio goce, sino también la función de absorción. El ejemplo más potente para los psicoanalistas es la “peste” que Freud creyó llevar a EEUU.

Otra forma “normal” en que se presenta este goce, esta explotación de cada uno por todos, es la doxa, la opinión conscientemente aceptada sobre los valores, los ideales, las cosas que deben privilegiarse, los méritos, los pros y los contras, etcétera. En la conducción práctica del análisis nadie deja de sentir la inercia propia de esta expoliación. Es al decir de Lacan “la primera forma de resistencia con la que tiene que habérselas el análisis, la del discurso mismo, en tanto es discurso de la opinión, y del que toda objetivación psicológica se mostrará solidaria en ese sentido.”



jueves, julio 02, 2009

Judy Chicago. Iconografías de la diferencia

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¿Puede hablarse de un "arte de mujeres"? ¿Existe una "naturaleza femenina" común a todas las mujeres? Estas son algunas de las preguntas que animaron a algunas artistas feministas en la década de los 70. Así, Judy Chicago por ejemplo se abocó a la realización de obras con claras resonancias orgánicas; como "Peeling Back" («Arrancando»), en la que, en torno a una figura redonda, central, se superponen el simbolismo de la flor, la vulva, el corazón y el sol. Una imaginería con una evidente exaltación del útero como medio de plantear de forma radical el problema de la diferencia sexual.

La existencia de una sensibilidad artística específicamente femenina se convertirá en una de las preocupaciones centrales tanto de Chicago como de Miriam Schapiro; quienes en los setenta publican, en autoría conjunta, un artículo titulado "Female Imagery", en el que reivindican la existencia de una imaginería femenina a la que denominan «iconología vaginal». Ambas autoras proponen que al analizar la obra de las mujeres artistas es frecuente que en muchas de ellas aparezca un orificio central, cuya organización funciona como una metáfora del cuerpo femenino. Es el caso de Georgia O'Keefe con sus "misteriosos pasadizos a través de los pétalos negros de un iris"; Lee Bontecou con sus imágenes de cavidades vaginales; Deborah Remintong y sus formas ovoides; Schapiro y sus "agujeros centralizados", Chicago y "sus imágenes circulares".



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Si bien lo que estas autoras parecían sugerir es que la aparición reiterada de estas formas vaginales respondía a una especie de expresión inconsciente de la sexualidad femenina, la proliferación de vulvas, círculos, flores, etc., en el arte de los setenta puede interpretarse también como un gesto político, es decir, como un intento de crear una nueva iconografía feminista. Incluso, para muchas artistas de ese entonces, representar el cuerpo de la mujer suponía no sólo la oportunidad de generar autorrepresentaciones alternativas a las definiciones normativas del cuerpo femenino, sino también de revalorizar ciertos aspectos de la expresión corporal de las mujeres - tales como la menstruación o la sexualidad - tradicionalmente desdeñados en el patriarcado.

Este énfasis en lo corporal propugnado por Chicago y Schapiro, será precisamente lo que algunas artistas y teóricas, entre ellas Parker y Pollock, comiencen a cuestionar: "Estas imágenes vaginales se prestan a peligrosos malentendidos. No alteran radicalmente la identificación secular de las mujeres con la biología, ni desafían la asociación de las mujeres con la naturaleza. En cierto sentido, se limitan a perpetuar la definición de la identidad femenina en términos exclusivamente sexuales. " O sea, lo que está en juego aquí es la consideración de las mujeres como cuerpo e incluso como órgano sexual.
Así, ensalzar el universo vivencial de las mujeres no contribuye a subvertir los términos en los que la categoría «mujer» ha sido definida a lo largo de la historia. El problema no consistiría en intentar desenterrar una supuesta esencia de lo «femenino», sino en desvelar cómo el propio concepto de «femineidad» se construye a través del lenguaje y, en general, de la cultura. De ahí que gran parte de la teoría feminista vuelva la mirada, a lo largo de los años setenta y ochenta, hacia la obra de los autores postestructuralistas franceses, y en particular hacia los textos de Jacques Lacan, Michel Foucault y Jacques Derrida.





Neurosis Obsesiva. Un pensamiento marcado por la rumiación, la duda y los escrúpulos

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Tal como lo indica etimológicamente su expresión (Neurosis Obsesiva proviene del alemán Zwangneurose. Zwang tiene por sentido constreñir, forzar, obligar, necesitar), el obsesivo se siente constreñido, obligado a pensar. Se trata de un tipo de forzamiento que se ejerce en el ámbito mental, y que es muy notorio y significativo.

Se ve forzado a albergar una idea o una serie de ellas, y aún cuando desde la lógica se le puede demostrar el sin sentido de la misma, ésta no puede ser desbaratada por la confrontación lógica, no puede sustraerse a ella, no obstante puede darse cuenta que el objetivo en sí es un sinsentido.

La idea de Zwang puede emparentarse también con la “compulsión”. Este término proviene del latín jurídico “compelere” y se refiere a “forzar a declarar”. La idea de compulsión retoma en el latín el sentido de forzamiento. Los obsesivos se sienten forzados a pensar y se sitian a sí mismos. La consecuencia de esto, fenomenológicamente, da como resultado personas abúlicas, desorientadas, fatigadas, sumidas alusivamente en una idea o grupo de ellas.

Malgastan su energía en rumiaciones y razonamientos sin fin. Los caracteriza la ausencia de acciones y pensamientos eficaces, y generalmente les cuesta generar cambios en su medio.

Son personas con una marcada tendencia a los escrúpulos, habitados por ideas de moralidad, reparación y/o purificación que se instalan en la conciencia del sujeto y los inquietan.

Con frecuencia aparecen crisis morales de conciencia, timidez e inhibición, trastornos de sexualidad, trastornos motores, tales como tartamudeo y tics, orden de meticulosidad. Son estrictos y, con frecuencia, avaros.

Suele presentarse además un alto grado de sadismo, que se manifiesta tanto en su faz activa, como puede ser la obstinación y cierta voluntad de poder, como en su faz pasiva, una extrema obediencia, sumisión y conformismo.

La vida sexual también está teñida por este sadismo, cuya fantasmática oscila entre las tendencias a cruel posesión y las amenazas de crueldad, acompañadas a veces por pensamientos compulsivos, ritos, ceremoniales y pensamientos mágicos.

Otra característica es que han reducido su vida a una mecanización, neutralizan su angustia al precio de ceremoniales y formalidades. La idea obsesiva que es el síntoma relevante de este tipo de enfermedad consiste en la intrusión dentro del pensamiento, de ideas no deseadas por el sujeto y esto puede provocar una oscilación intelectual, la famosa duda, y las manías de presagio. Por ejemplo personas que están muy atentas al uso de determinadas vestimenta como signo de buena o mala suerte. Manías de verificación, como cerrar puertas obsesivamente, una y otra vez para comprobar, si la casa quedó cerrada, o las llaves de luz o de gas. Si bien de estas cosas todos tenemos un poco. (podemos decir que en la neurosis obsesiva adquieren.

Los sume un sufrimiento y un padecimiento bastante difícil de tolerar. Algunas personas repiten palabras, o cifras o imágenes compulsivamente como forma de reaseguro. Forzados por su propio pensamiento, esto los lleva a una sensación de astenia, fatiga y desgano, lo que nos plantea la diferencia con cuadros melancólicos. A veces pasan de esta “amansadora” a una acción compulsiva, como contrapartida de su obsequiosa sumisión, o como un intento de liberación de esa sumisión en la que viven y padecen, como así también la imposibilidad de la acción eficaz a la que en general contraponen procedimientos mágicos o ritos.

En general, siempre son las situaciones de angustia las que convocan este tipo de rituales, como por ejemplo, dar un examen, una cita amorosa, que suscita tensión, una entrevista de trabajo, y en general apelan a ciertos rituales para garantizar de algún modo un buen resultado, en la fantasía.

El neurótico obsesivo no sabe por qué se ve impulsado, compulsado o forzado a dudar de determinado tema o a sentirse con esta especie de intrusión en el pensamiento de la idea obsesiva. Freud va a esclarecer este tipo de problema, ya que estos productos son según sus conceptos, efectos deformados de un conflicto.



miércoles, julio 01, 2009

Arte contemporáneo en Psikeba

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Artistas de hoy que trabajan con el lenguaje, la instalación, el arte público, la fotografía o los videos que van desde situaciones de confusión, ira, tristeza, resignación - como es el caso de Sam Taylor-Wood, o las esculturas que se caracterizan por la anatomía perversa como las de de Jake & Dinos Chapman, y varios exponentes más.

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